
Soñó con ser arquitecto pero el destino trazó otro plano
Por: Emilio Gutiérrez Yance
Durante más de dos décadas, el coronel Felipe Andrés Ardila Valderrama surcó los cielos de Colombia pilotando helicópteros en operaciones estratégicas, rescatando vidas y llevando la presencia del Estado a territorios olvidados. Hoy, cinco meses después de haber asumido el mando en el departamento del Vaupés, su misión se libra a ras de tierra: no desde un Black Hawk, sino caminando junto a comunidades indígenas, escuchando, mediando y transformando realidades con cercanía y respeto.
Por las calles soleadas de Neiva, donde las Fiestas de San Juan y San Pedro, se viven entre bambucos y asados, corría un niño que jamás imaginó vestiría un uniforme cargado de sacrificio, servicio y amor por Colombia. Aquel niño, criado con sus tres hermanos entre juegos de barrio, tardes en el campo y vasos de jugo de chulupa, es hoy un oficial que ha hecho de su vocación un legado.
“Tuve una infancia muy bonita —recuerda—. En las ciudades pequeñas hay más cercanía con la familia y los amigos. Aprendí valores fundamentales que me acompañan hasta hoy: servir con amor, decir siempre la verdad, tener a Dios presente y escuchar con humildad.”
Aunque soñó con ser arquitecto, el destino trazó otro plano: en noveno grado, una visita de la Policía a su colegio despertó su vocación de servicio. En 1998 ingresó a la Escuela de Cadetes “General Francisco de Paula Santander” y, desde entonces, ha recorrido cada rincón del país cumpliendo con el juramento de proteger y servir.
Su hoja de vida es extensa: ha liderado unidades antinarcóticos, comandado operaciones aéreas y enfrentado situaciones límite, como aquella incursión guerrillera en el Alto del Sigundó en 2002, donde el liderazgo fue cuestión de vida o muerte, allí una bala lo impacto en la pierna. “Éramos 14 policías. Hubo muertos y heridos. Entendí que el liderazgo no es un cargo, es una responsabilidad con quienes confían en ti.”
Como piloto de helicópteros, ha participado en operaciones de alto impacto contra el narcotráfico, evacuado heridos bajo fuego, llevado víveres a zonas aisladas y salvado innumerables vidas. “Servir desde el aire también es tender la mano a quien más lo necesita. Por eso nos llaman los ‘ángeles del cielo’”, dice con orgullo y con eso orgullo recuerda las lágrimas de su padre cuando por primera vez lo vio aterrizar en Neiva un poderoso helicóptero artillado.
Pero su “vuelo” más importante comenzó hace cinco meses, cuando llegó al Vaupés, un territorio majestuoso y desafiante en el corazón de la Amazonía. Allí, lejos del ruido de las hélices, el coronel Ardila lidera hoy una misión distinta: construir seguridad desde la confianza, el diálogo y la cercanía.
“Estar presentes no es solo patrullar —afirma—. Es sentarse con los líderes, escuchar sus preocupaciones, prevenir conflictos, acompañar a las familias y respetar su cosmovisión. Eso también es seguridad.”
Su trabajo ha generado un profundo vínculo con las comunidades indígenas, que lo reconocen no solo como autoridad, sino como aliado. Las jornadas de prevención, mediación en disputas familiares, charlas con jóvenes y actividades culturales conjuntas son parte de su estrategia para tejer lazos de cooperación entre la Policía y la población.
“Aquí he aprendido que la confianza no se impone, se construye paso a paso. Y cuando las comunidades abren sus puertas y te ofrecen su amistad o te invitan a sus ceremonias, sabes que el trabajo está dando fruto.”
Aunque el uniforme exige sacrificios personales —como la distancia con su esposa e hijos—, la certeza de que su labor transforma vidas le da sentido a cada jornada. “Alejarse nunca es fácil, pero ver cómo cambia la percepción de la gente hacia la Policía compensa cualquier ausencia.”
Hoy, el coronel Felipe Andrés Ardila Valderrama ya no vuela helicópteros, pero sigue volando alto. Su campo de operaciones no está en el cielo, sino en los caminos de selva que conectan resguardos y comunidades ancestrales. Allí, su experiencia, liderazgo y vocación se traducen en un Estado más cercano, humano y presente.
Su historia es la de un hombre que cambió el sonido de las hélices por el murmullo del río, sin dejar de cumplir su promesa: servir a Colombia con el corazón, desde el cielo o caminando junto a su gente.