La heroica búsqueda del Teniente que salvó a doña Isabel

El teniente Rubén Andrés Rivera Giraldo no había dormido bien en dos noches. Llevaba el uniforme empapado de sudor y esperanza. Caminaba con los pies en la tierra, pero con el corazón en vilo. Sabía que, en algún rincón del monte, una mujer de 84 años luchaba por su vida… y no pensaba rendirse hasta encontrarla.

Isabel Berrío Siolo, ama de casa de la vereda Nueva Esperanza (Matuya), padecía Alzheimer. Había abordado un bus intermunicipal desde Cartagena con rumbo a San José del Playón. Pero algo ocurrió en el trayecto: en una parada no programada, a la altura de una curva en la entrada a María La Baja, se bajó del vehículo. Desde ese momento, desapareció sin dejar rastro.

Pasaron tres días. La angustia creció. La familia denunció oficialmente su desaparición. Fue entonces cuando el teniente Rivera, comandante de la estación de Policía de María La Baja, entró en escena con una sola orden: «No vamos a descansar hasta encontrarla».

Activó los protocolos de búsqueda, pidió apoyo a la Armada Nacional y a los Bomberos. Pero más que delegar, se ensució las botas. Junto a su equipo recorrió potreros, quebradas, caminos veredales y monte espeso. Bajo un sol inclemente, entre nubes de mosquitos y el peso de la incertidumbre, cada paso era una súplica silenciosa por una señal de vida y entonces, el milagro.

Al mediodía, un familiar recibió una llamada se hablaba de un cuerpo tirado en unos matorrales. Rivera no lo dudó. Se lanzó con su grupo al corazón del bosque, guiado solo por la fe. Caminaron entre matorrales, espinas y lodo… hasta que la encontraron.

Tendida en el suelo, deshidratada, el rostro quemado por el sol y picado por insectos, doña Isabel aún respiraba. Desorientada, apenas podía hablar, pero estaba viva. Y eso bastaba. En medio de la emoción, algunos lloraron. El teniente también. «Fue como encontrar una aguja en un pajar… pero era la aguja más valiosa del mundo», dijo con voz temblorosa.

Sin camilla, improvisaron una con ramas y camisetas. La sacaron a pulso hasta la carretera, donde una patrulla la esperaba. En el hospital de María La Baja, los médicos confirmaron lo que parecía imposible: tres días sin comida, sin agua y sin rumbo… y sobrevivió.

El coronel Jhon Edward Correal Cabezas, comandante (e) de la Policía de Bolívar, no escatimó elogios: “Lo que hizo el teniente Rivera y su equipo es lo que verdaderamente significa servir. No se rindieron. No dudaron. Y gracias a ese liderazgo hoy contamos una historia que parecía destinada a la tragedia, pero terminó como un milagro.”

No solo fue una operación exitosa. Fue una lección de humanidad. Un acto de amor por una vida desconocida. Un compromiso profundo que convirtió el deber en una cruzada personal.

Doña Isabel regresó a casa entre lágrimas y abrazos. Su mirada, cansada, pero en paz, decía lo que las palabras no podían: que la vida es frágil… pero también poderosa. Que a veces, la voluntad de unos pocos puede ganarle al olvido.

Y en esa victoria silenciosa brilló el nombre de un teniente que no llevaba capa, pero sí un corazón enorme: Rubén Andrés Rivera Giraldo, el hombre que buscó como si se tratara de su propia madre. Que dirigió la operación con botas en el barro y alma en alto. Que no dejó de creer.

Y en esa victoria silenciosa brilló el nombre de un teniente que no llevaba capa, pero sí un corazón enorme: Rubén Andrés Rivera Giraldo, el hombre que buscó como si se tratara de su propia madre. Que dirigió la operación con botas en el barro y alma en alto. Que no dejó de creer porque hay momentos en que la Policía no solo impone orden… impone esperanza, dignidad y ese tipo de humanidad que no se enseña, se siente.