Un gesto que inspira: el valor de una mano extendida en Magangué

Por: Emilio Gutiérrez Yance

El sol hoy se demoró en salir. Tal vez tenía pereza, o quizás quería asegurarse de que el cielo estuviera listo para recibirlo con dignidad. Pero cuando por fin se asomó sobre Magangué, lo hizo con la majestad de siempre, derramando su luz sobre las calles agitadas del centro y despertando la vida en cada rincón.

El bullicio era el de todos los días: motos que cruzaban sin descanso, vendedores que ofrecían sus productos con voces llenas de energía y transeúntes que corrían contra el reloj. En medio de ese panorama, una escena sencilla, casi inadvertida, se convirtió en un recordatorio de que la bondad todavía tiene espacio en las esquinas del mundo.

Doña Mercedes Pineda, una mujer de cabellos de plata y paso lento, intentaba cruzar la calle principal apoyada en su bastón. El tráfico no daba tregua, y los vehículos parecían no notar su esfuerzo. Fue entonces cuando un uniformado de la Policía Nacional de Colombia, el subintendente Gehyler Pacheco Torrecilla, se acercó con decisión y respeto.

—“Permítame ayudarla, doña” —le dijo, levantando la mano para detener el tráfico.

A paso firme y con una sonrisa serena, acompañó a la abuela hasta la otra acera. Al llegar, ella le tomó la mano con gratitud y le dijo, con la ternura de quien ha vivido mucho y aún sabe reconocer lo bello de la vida:
—“Todavía hay gente buena, mijo. Que Dios lo bendiga.”

El uniformado, humilde, restó importancia al gesto:
—“No fue nada del otro mundo; solo hice lo que cualquier persona debería hacer. En la Policía nos enseñan que estamos para servir, y eso va más allá del uniforme. A veces ayudar a alguien a cruzar la calle también es una forma de proteger.”

Quienes presenciaron la escena no pudieron evitar emocionarse. Algunos grabaron un video, otros sonrieron, y muchos simplemente se quedaron mirando en silencio, sabiendo que acababan de ver algo que vale más que cualquier operativo: una muestra viva de humanidad.

Doña Mercedes contó luego que aquel gesto le recordó a su hijo, quien solía tomarla del brazo para ayudarla a cruzar. Y tal vez por eso su mirada se llenó de lágrimas dulces: no de tristeza, sino de gratitud.

Los vecinos coincidieron en que actos como ese son los que construyen la verdadera seguridad, la que nace del respeto y la empatía. “Uno a veces escucha cosas malas, pero también hay policías buenos, comprometidos con la gente”, dijo un comerciante del lugar.

Así, bajo ese sol que al principio parecía perezoso pero terminó iluminándolo todo, Magangué fue testigo de un gesto que inspiró a muchos. Porque en medio del ruido, el calor y el afán, un solo acto de bondad bastó para recordarnos que servir es una forma de amar, y que hay luces —como la del Subintendente Pacheco— que hacen que el día valga la pena.