Cuando el bosque deja de cantar: un viaje al corazón del silencio

Por: Jaiver Camilo Rojas Salamanca - Sección Miradas Salvajes

“El 60 % de la biodiversidad perdida, el canto que se apaga, la cifra es brutal… Colombia ha perdido más de la mitad de su diversidad biológica, lo reveló un artículo de El Espectador, escrito por Luisa Fernanda Orozco y publicado el 14 de agosto de 2025, pero ese número no es solo una estadística: es un silencio, es la ausencia de cantos en el bosque.”

El amanecer en el piedemonte llanero huele a tierra húmeda y sabe a frío, la neblina baja se pega a la piel y el murmullo lejano de un río acompaña los pasos. Ese sábado 16 de agosto de 2025, cuando apenas eran las 5:30 a.m., emprendimos la caminata con mis compañeros de avistamiento de aves, Leidy Johana Pedraza y Cristian Andrés Rojas.

En un territorio que oscila entre los 800 y los 2.900 metros sobre el nivel del mar y que, en su diversidad de climas y alturas, guarda un verdadero paraíso de biodiversidad.

Sin embargo, en medio de la bruma fresca de la madrugada, nos acompañaba también la inquietud. Hace cinco años, al caminar estas mismas rutas, el aire estaba más vivo: bandadas cruzaban el cielo, los colibríes chispeaban como diminutas flechas luminosas y el bosque resonaba con los martilleos de carpinteros y los silbidos inconfundibles de tangaras, hoy, en cambio, el silencio parece ganar espacio.

La duda nos atravesaba: ¿será que el tiempo cambia naturalmente las dinámicas del bosque o somos nosotros quienes estamos borrando su existencia? La respuesta, aunque incómoda, está más cerca de lo segundo. Un reciente artículo publicado en El Espectador que Colombia ha perdido más del 60 % de su biodiversidad, arrasada por factores como la deforestación, la expansión agrícola, la ganadería y la minería, el dato es tan contundente como doloroso: más de la mitad de la riqueza natural que nos define como país se desvanece frente a nuestros ojos.

Durante la caminata, a unos 1.600 – 1.800 metros de altura, la sensación era clara: menos árboles, más potreros, más soledad. Y, sin embargo, en medio de esa desolación todavía hay instantes capaces de encender la esperanza. En un rincón húmedo del bosque, oculto entre ramas, apareció el buco bigotudo (Malacoptila mystacalis), un ave discreta de pecho moteado y un bigote blanco que delata su carácter esquivo, su hallazgo fue como una recompensa: una nueva especie que se sumaba a nuestro conteo personal, recordándonos que el bosque aún guarda secretos.

Poco después, en un claro, vimos también al pradero oriental (Sturnella magna), un pájaro inconfundible por su pecho amarillo intenso atravesado por una banda negra, que suele posarse en pastizales a cantar con fuerza, como reclamando su territorio, dos especies distintas, dos mundos que conviven entre la fragilidad y la resistencia.

En nuestros tres años de pajareo en Recetor, Casanare, hemos registrado cerca de 220 especies de aves: 15 colibríes, seis carpinteros, halcones, tangaras y hasta un águila. Cada avistamiento es una prueba del tesoro que aún tenemos, pero también un recordatorio de lo que podemos perder si seguimos talando, quemando y desplazando la vida silvestre en nombre del progreso mal entendido.

Y en 10 años nos preguntaremos ¿Y ahora qué?…