Ella es la Maestra Policía con alma de Patria

Cada mañana, cuando el sol apenas se asoma en el cielo de Cartagena de Indias, una patrullera se ajusta el uniforme con la misma delicadeza con la que un pintor toma su pincel. No es solo un acto de rutina, es un rito de propósito. Yina Marcela Pantoja Pedroza no se viste solo de verde oliva: también lleva en el alma el delantal invisible de una maestra, ese que no pesa, pero transforma.

Yina, respira sabiduría. La lleva en los ojos, en la pausa con que pronuncia sus palabras, en el silencio que deja al final de cada enseñanza para que el alma complete lo que la mente no alcanza a comprender.

En la Policía Nacional de Colombia, donde el deber suele vestirse de botas firmes y mirada alerta, Yina camina con paso suave pero decidido por los pasillos del colegio Nuestra Señora de Fátima. Allí, su arma es la palabra; su escudo, la ternura; y su lucha diaria, enseñar con amor a quienes serán el mañana.

Porque ser maestra —y más aún, serlo dentro de una institución como la Policía— no es solo un trabajo: es un acto profundo de fe. Fe en el conocimiento, fe en el ser humano, fe en la capacidad de cada niño para florecer aun en medio del rigor y la disciplina.

Yina, hija de un conductor pensionado y una madre dedicada al hogar, supo desde pequeña lo que significaba el esfuerzo. Pero también aprendió el valor de las palabras bien dichas, el poder de una caricia en forma de enseñanza, la belleza de corregir con dulzura. Por eso, aunque ingresó a la institución policial hace nueve años —inspirada por el amor de su compañero de vida, también policía—, fue la vocación de educar la que tocó más fuerte su corazón.

Graduada como licenciada en Lengua Castellana, su historia como maestra en la Policía comenzó en 2019, cuando el aula la reclamó como a una hija pródiga. Desde entonces, su trinchera está en las aulas del colegio policial, donde ha enseñado a leer, a escribir, pero sobre todo, a vivir.

Los niños de su primer grupo, aún la recuerdan. Ahora, en séptimo grado, algunos la siguen llamando “mami Yina”, como si el lazo forjado entre palabras y abrazos nunca se hubiera roto. Y es que ella no enseña para la nota, sino para la vida. En cada clase de Comunicadores Asertivos, en cada lectura compartida, hay un mensaje escondido: “Sean buenos seres humanos. Valoren. Agradezcan. Respeten”.

Para Yina, la docencia dentro de la Policía tiene un significado especial. No solo forma estudiantes, también forma ciudadanos. Y en cada niño que acompaña, orienta y escucha, siembra una semilla de paz. Porque en estos tiempos convulsos, educar es un acto revolucionario; y hacerlo desde la institución que vela por el orden, es también una forma de reconciliar.

Su jornada comienza antes de las seis de la mañana y muchas veces termina al filo de la noche. Enseña, escucha, consuela, escribe informes, revisa tareas, gestiona el sistema de calidad del colegio. Y luego, en casa, sigue enseñando: a su hija de dos años, y a la vida que viene en camino, que crecerá entre cuentos, valores y el ejemplo silencioso de una madre que sirve sin ruido.

En su bolso, guarda cartas de alumnos que le escriben con letra temblorosa: “Gracias por hacerme sentir amado”, “Ojalá fueras mi mamá”, “Tú haces que me guste el colegio”. Esos papeles, sin marco ni medallas, son sus verdaderas condecoraciones. Porque el amor que deja una maestra no se borra con el tiempo: se queda vibrando en el alma.

Hoy, en el Día del Maestro, no celebramos solo a quien imparte clases. Celebramos a quienes, como Yina, entienden que enseñar es un acto de esperanza. Que detrás del uniforme hay una mujer que educa con firmeza, pero también con dulzura. Que entre libros, tableros y planes de clase, también se construye nación.

Y que mientras otros patrullan calles, ella patrulla sueños. Y lo hace con la certeza de que cada palabra sembrada puede ser la raíz de un futuro distinto.

Por: Emilio Gutiérrez Yance