
Policía y motociclista evita tragedia: mujer intentó lanzarse del puente El Limón en Cicuco, Bolívar.
La noche había caído sobre el puente de Cicuco como una sábana espesa. Solo el murmullo del río y el zumbido del viento acompañaban a Ninfa Esther Berrío Barraza, una mujer que miraba el vacío con los ojos llenos de lágrimas y el alma hecha pedazos.
Sus manos temblaban. Su mente era un torbellino de recuerdos y culpas. “Ya no hay salida”, se repetía en silencio. A su alrededor, el mundo seguía girando sin ella. Nadie parecía oír el grito que llevaba por dentro.
Pero el destino, a veces compasivo, tejía en secreto una nueva oportunidad. Un motociclista que pasaba por el lugar detuvo su marcha. Sintió que algo no estaba bien: aquella figura inmóvil en la baranda no era una sombra más de la noche. Dio aviso a la Policía.
En minutos, el silencio se rompió con el sonido de las botas sobre el asfalto y el eco de voces firmes. Los uniformados de la estación de Cicuco se acercaron con cautela, con la urgencia en el corazón y la fe en los gestos.
—Señora, no lo haga… —dijo uno de ellos con voz serena, mientras el motociclista sostenía la linterna que temblaba en su mano.
Ninfa lloraba. Su cuerpo se resistía, su mente pedía acabar, pero algo en su interior —tal vez la voz de Dios, o el recuerdo de alguien amado— la hizo detenerse por un segundo.
Ese segundo bastó.
Los policías y el motociclista se lanzaron al rescate. Hubo gritos, forcejeos, lágrimas. Y finalmente, el milagro: la mujer fue arrancada de las garras del abismo.
Más tarde, el Teniente Coronel John Edward Correal Cabezas, comandante del departamento de Policía Bolívar encargado, resumió el suceso con palabras que resonaron en todo el pueblo: “Cada vida es valiosa e irremplazable. Gracias a la rápida acción de nuestros uniformados y de un ciudadano ejemplar, hoy celebramos la vida”.
Ninfa fue llevada al hospital de Cicuco, donde médicos y psicólogos luchan por curar las heridas que no se ven.
La comunidad, conmovida, llama “héroes sin capa” a aquellos hombres que, en una noche cualquiera, le recordaron al mundo que la esperanza no muere.
Hoy, en el puente El Limón, el rumor del viento ya no suena igual. Dicen los vecinos que, desde esa noche, una nueva luz brilla sobre las aguas.
Una luz que recuerda que, incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay alguien dispuesto a tender una mano.