
Magia de unión en el corazón del Vaupés
Por: Emilio Gutiérrez Yance
En el corazón verde del Vaupés, donde el río murmura historias más antiguas que la memoria humana y el viento lleva mensajes que solo la selva entiende, existe un lugar donde la seguridad no llega con botas firmes ni órdenes frías, sino con sonrisas, escucha y manos extendidas. Fue bautizado en 1975 como Ceima Cachivera, y allí, entre la espesura infinita del Amazonas, la Policía Nacional y una comunidad indígena han aprendido a caminar juntas, paso a paso, como quien reconstruye un puente que el tiempo y la historia habían dejado caer.
El amanecer en esta zona del país no tiene prisa. El sol se cuela tímido entre árboles centenarios, las aves entonan su canto ancestral y el río —camino, mercado, memoria y vida— inicia su danza diaria. Sobre sus aguas, se desliza una lancha con el escudo de la Policía Nacional. No lleva sirenas encendidas ni armas alzadas: lleva medicinas, libros, pan, chocolate… y, sobre todo, la promesa de no estar solos.
Durante décadas, las comunidades amazónicas vivieron en la orilla opuesta del Estado. El uniforme significaba distancia. El idioma oficial sonaba ajeno. Y el poder que venía de afuera traía consigo más miedo que ayuda. “Antes, cuando veíamos la lancha acercarse, escondíamos a los niños”, recuerda uno de los ancianos. “Hoy, ellos corren a saludarla. La diferencia no está en el uniforme, sino en el corazón con el que llegan.”
Esa transformación no ocurrió de la noche a la mañana. Fue el resultado de escuchar antes que hablar, de preguntar antes que ordenar. Hoy, la Policía del Agua, los Carabineros y la Policía Comunitaria recorren los mismos caminos fluviales que por siglos han surcado los pueblos originarios. En cada trayecto, se va tejiendo una nueva relación: una donde la autoridad no impone, acompaña.
Ceima Cachivera es pequeña en cifras, pero inmensa en historia. Son apenas 119 almas distribuidas en 27 familias, guardianes de una herencia que se niega a desaparecer. hombres y mujeres sostienen la vida en este rincón selvático; Los niños y jóvenes crecen jugando en lengua originaria, mientras los adultos —algunos con más de siete décadas de sabiduría— cuidan con paciencia el equilibrio del mundo. Este mosaico humano está formado por cubeos, yurutis, guananos, desanos, piratapuyos, itanos, barazanos, tuyucas, macunas y tucanos, junto a mestizos y blancos. Aquí, las diferencias no dividen: multiplican.
“Nuestro objetivo es construir una zona segura donde la comunidad y la Policía trabajen juntas, sin fronteras, para garantizar el bienestar de todos”, asegura el coronel Felipe Andrés Ardila Valderrama, comandante del Departamento de Policía Vaupés. Sus palabras no son discurso: son el reflejo de un cambio profundo que se siente en cada casa, en cada fogón, en cada conversación bajo la sombra de los árboles.
La escena que hoy se repite era impensable hace unos años. A orillas del río, los niños corren para recibir a quienes antes temían. Los ancianos, con el rostro marcado por el tiempo, estrechan manos con respeto. Las mujeres comparten historias y café caliente bajo la sombra del yarumo. Ya no hay operativos sorpresivos ni órdenes tajantes: hay talleres, diálogos y proyectos compartidos. La seguridad se construye en equipo, como si cada gesto amable fuera un ladrillo invisible que levanta un territorio nuevo: el territorio de la confianza.
“Que la Policía llegue así, con respeto y ayuda, es algo nuevo y valioso para nosotros”, dice otra anciana mientras dibuja figuras en el rostro de un niño. “Ya no los vemos como autoridad distante, sino como parte de nuestra vida. Nos escuchan, entienden nuestras necesidades y caminan con nosotros.”
A bordo de las lanchas que navegan el Vaupés no solo viajan uniformados: también enfermeros, útiles escolares, atención médica y esperanza. En tierra firme, la Policía Comunitaria se sienta en círculo con los líderes, escucha inquietudes y diseña estrategias conjuntas. Los Carabineros, guardianes de la tranquilidad rural, acompañan en la protección del territorio y la preservación de la paz cotidiana. El resultado es claro: menos conflictos, más unión, más pertenencia.
“Esto representa hermandad, amistad, compañerismo y unión”, resume el coronel Ardila Valderrama. “Cada mercado entregado, cada charla de prevención, cada sonrisa compartida nos acerca más.”
Incluso el nombre de este lugar habla de su espíritu. Una comunidad que respira junto al río escuchando su rugir, es símbolo de fuerza, movimiento y conexión con la naturaleza. La Policía ya no es visitante: es puente. La cultura no se observa: se honra. La seguridad no se impone: se comparte. El Estado no está lejos: camina al lado.
Cada travesía fluvial, cada saludo, cada proyecto tejido en conjunto es un acto de magia cotidiana: un conjuro hecho de respeto, confianza y sueños compartidos. En este rincón remoto del Vaupés, comunidad y Policía demuestran que sí es posible construir un país distinto, uno donde la verdadera seguridad no nazca del miedo, sino de la confianza que se teje desde el corazón.
En Ceima Cachivera la unión no es una utopía, sino un camino posible. La selva no es frontera, sino punto de encuentro. Y la seguridad no llega con miedo, sino con la magia silenciosa de la alianza humana, la misma que convierte el rumor del río en la voz de un país que empieza a reconocerse.