De la cancha a las plazas: la Policía, segura, cercana y presente

Por: Emilio Gutiérrez Yance

Las tardes de fútbol tienen en Colombia la fuerza de un milagro colectivo. Basta un gol de la Selección para que el país entero se sacuda el polvo de la rutina y despierte como un gigante que late al mismo compás.

Ese día, mientras el balón viajaba por el aire en un estadio lejano de Venezuela, en cada rincón de nuestra tierra se encendían hogueras de alegría. En las plazas de los pueblos costeños el aire olía a maíz asado y a fritanga; en las veredas andinas, el sonido de una radio vieja retumbaba como si fuera campana de iglesia; y en la Amazonía, hasta los árboles parecían inclinarse para escuchar los gritos de los niños pintados de amarillo, azul y rojo.

Colombia entera se volvió un tapiz multicolor. Desde La Guajira, donde el sol besa la arena ardiente, hasta los caseríos ocultos por la selva húmeda, un solo grito atravesaba el viento: ¡Gol!. Y en medio de ese júbilo, la Policía Nacional, fiel a su lema de estar “Seguros, Cercanos y Presentes”, caminaba entre la multitud como ángeles de uniforme, asegurando que nada ensombreciera la fiesta.

Cada partido de la Selección es más que un juego: es la prueba de que sabemos levantarnos como el ave fénix que se sacude las cenizas, es la certeza de que podemos ser un solo corazón, aun cuando la vida diaria nos disperse en mil problemas. Hoy el mundo nos mira distinto: ya no con recelo, sino con respeto, porque hemos aprendido a enhebrar la esperanza como quien cose una bandera nueva.

Los campesinos dejaron por un momento el azadón para sonreír; los pescadores, curtidos por la sal, alzaron sus manos al cielo; las mujeres que cargan con la dureza del día se permitieron gritar como niñas; y los hombres del desierto, bajo un sol que no da tregua, celebraron como si cada jugada fuera agua fresca.

Colombia es un país que celebra con la paciencia del agricultor que espera la lluvia, con la fe del navegante que confía en su brújula, y con la humildad de una familia que entiende que el camino hacia la paz aún es pedregoso, pero posible.

Y aunque ya la clasificación al Mundial 2026 esté asegurada, hoy, frente a Venezuela, la Selección volverá a recordarnos que el talento y la garra de este pueblo no tienen fronteras. Porque más allá de la cancha, lo que queda es la certeza de que somos un país capaz de escribir su propia historia con goles, con abrazos y con la fe indestructible en nosotros mismos.

Gracias, amada Selección Colombia, por convertirnos, aunque sea por noventa minutos, en un solo latido que ilumina la patria.