
El ángel de Barranquilla: Fulbio Sosa y su servicio transformador
Epígrafe: «Y todo lo que hacéis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres». Colosenses 3:23
Hay ángeles en el cielo, quienes los artistas han imaginado vestidos de blanco y con rostros resplandecientes. Sin embargo, también existen ángeles que viven entre nosotros. Circulan por las calles como héroes anónimos, dedicándose a ser instrumentos de Dios para hacer felices a sus semejantes, sin pedir nada a cambio, excepto la satisfacción personal de ver la sonrisa genuina de quienes los rodean.
Uno de esos ángeles reside en Barranquilla. Su nombre es Fulbio Andrés Sosa Charrasquiel, mayor de la Policía Nacional, quien ha desarrollado una labor social poco común dentro de las funciones tradicionales del cuerpo policial. Cordobés de nacimiento y radicado en la capital del Atlántico, Sosa lleva 16 años de servicio en la institución. En la Región de Policía No. 8, donde actualmente trabaja, se ha ganado el apodo de “el ángel azul” entre los niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA).
Durante la pandemia, cuando el mundo parecía detenido, Sosa se adelantó al aislamiento que se apoderaba de la ciudad. Mientras todos buscaban refugio tras puertas cerradas, él decidió cruzar el umbral de la rutina. En lugar de patrullar las calles con la dureza de un uniforme, se convirtió en visitante en las casas de aquellos que más lo necesitaban. Con tapabocas, guantes y un saco lleno de esperanza, se enfundó en el papel de un laborioso actor social: junto a su arma y su radio, llevaba juguetes, libros y pelotas. En cada puerta que tocaba quería calmar la soledad que acechaba a los niños con TEA.
Era un acto sencillo, casi discreto, pero cargado de un propósito inmenso: brindar consuelo, porque hay ocasiones en que la mejor manera de combatir el aislamiento es con cercanía, con presencia. Él es una linterna firme que ilumina los laberintos emocionales de los niños que a veces callan, pero siempre sienten. Su uniforme carga abrazos invisibles que calman los mundos interiores de quienes habitan el silencio. Avanza como un jardinero de esperanza; con cada paso deja semillas de paciencia en su camino.
Después de finalizada la emergencia sanitaria Sosa continuó con estas visitas. Actualmente, utiliza el deporte, en particular el fútbol, como medio para promover la inclusión y sensibilizar sobre la neurodiversidad. Organiza campeonatos y actividades lúdicas que buscan generar conciencia sobre la importancia del respeto a las diferencias y el acompañamiento adecuado.
Uno de los casos más representativos fue el de Elkin Gallor, un niño con atrofia cortical e hijo del subintendente Elkin Gallor Álvarez. Tras conocer su situación, Sosa gestionó una silla de ruedas especializada y facilitó una visita al mar en Puerto Colombia, hecho que la familia destacó como un momento significativo para el menor.
En otra ocasión, en el barrio San Salvador, se coordinó una acción conjunta entre comerciantes y agentes de policía para instalar una piscina en la casa de Duván, un niño con autismo que deseaba nadar. El operativo, en el que participó una tanqueta del UNDMO, fue diseñado con fines recreativos, no de control del orden público.
Lo vieron llegar sin prisa, lo vieron escuchar sin juicios, lo vieron entender sin palabras. Este tipo de actividades no figuran en los reportes institucionales, pero han tenido un impacto tangible en las comunidades. Para Sosa, el servicio policial también incluye escuchar, acompañar y atender necesidades sociales que suelen pasar desapercibidas.
Es el que habla con los ojos, es el que juega sin preguntar, es el que espera sin cansancio. En Barranquilla, su labor ha sido reconocida por distintos sectores, no tanto por medallas oficiales, sino por el reconocimiento espontáneo de las familias beneficiadas. Más allá del uniforme, su trabajo se ha enfocado en construir confianza y generar vínculos humanos desde la función pública.
Hoy Barranquilla, sigue la presencia del “ángel azul” quien camina con paso tranquilo, toca puertas y siembra esperanza. Como aquel hombre que, en plena pandemia, cambió el peso del uniforme por el de una mochila llena de risas y cariño.
Sosa es un buen un policía, una linterna en la oscuridad. Al final, no se trata de imponer el control, sino de brindar consuelo, de abrazar a quien lo necesita, acompañar a los desamparados y responderle a Dios por el talento que le ha dado. En su andar, demuestra que la verdadera vocación de servicio radica en el corazón de quien entiende que un gesto puede cambiar la vida de un niño que calla, pero que siente.